1.12.2015

Así empecé a odiar a la chica de rojo

Esta es la primera vez oficial que esribiré al respecto. Y quizá sea la última...

El estado mental que te posee cuando se comienza una relación de pareja evita que veas un poco más allá de esa persona.

Como un juego, todo empieza.

    Comienza. 
        Se reproduce. 
            No lo hace más. 
                Se deteriora. 

    Muere.

"Let's make this last forever" -nos repetimos interminables veces.
"Entre el 0 y el 1 hay infinitos números. Están el 0,1, el 0,12, el 0,112 y toda una infinita colección de otros números. Por supuesto, entre el 0 y el 2 también hay una serie de números infinita, pero mayor, y entre el 0 y un millón hay infinitos más grandes que otros."
"¿Cuánto es para siempre?" -preguntó Alice. "A veces, solo un segundo" -dijo el conejo blanco."
El ser humanos, nos hace ser complicados. Lo prohibido es más atractivo...


Quiero besarte los labios -le dije a J tras vacilar. 
Ella solo pensó que era un juego. Más sin embargo yo anhelaba ese beso. El sólo hecho de ser prohibido me excitaba. Después de decirlo, no sentí mas que ansias. Lo deseaba. Cada oportunidad que se presentaba, vacilaba. Lo que no tenía presente en ese momento es que todo viene sin ser buscado.

No fue uno. Prohibido. No fueron dos. 

Su aroma me sabía demasiado bien. Prohibido. Su lengua jugó conjunto la mía en un mar de placer que ahogó nuestras bocas en pocos segundos. Prohibido. Estuvo mal. Pero se sintió... demasiado bien.

      No fue sólo esa noche.

            No fueron sólo besos.

                  No fue sólo placer.

Los síntomas eran obvios. Sin embargo, es necesario enfatizar que mi pareja era la chica de rojo. Todo se hizo en secreto. Bajo llave. Prohibido. Nos precipitamos y fuimos juzgados por un "tercero", quien estaba enterada de mi situación con la chica de rojo.

Larga, incómoda y reflexiva charla

Al día siguiente, la chica de rojo y yo, no eramos pareja. Dos días después de ése, lo éramos. Dos días más y no lo éramos. Varios días transcurrieron en ese doloroso y estúpido juego que propuse...

Estaba demasiado confundido. No hay manuales para cosas como esas. Para los momentos en los que debía estar con la chica de rojo un sentimiento de incomodidad me embargaba. La relación había dejado de ser lo que era. Ahora, cuando estaba en presencia de J, la chica de rojo, simplemente no existía.

Empieza una parte en la que me denominé: Siendo patético.

Llegó un día límite donde me encontré contra la espada y la pared. La autoestima era la espada. La chia de rojo, la pared. La llamé para volver. Pretendí llorar. Pretendí amarla de nuevo. Prentendí desespero. Pretendí sentirme mal por haber hecho lo que hice, pero en realidad me sentía mal por lo que estaba por hacer. Pretender. Así como pretendí no querer mas a J. No le hablé más. No la vi más. No la saludé más. No más, de nada.
¿Por que? 
¿Sinceramente? Sentí que mi autoestima no me permitiría avanzar si tenía que soportar estar en la misma habitación que la chica de rojo sin dirigirnos si quiera la mirada después de dos años de noviazgo, sin mencionar toda la amistad...

Monotonía. Aburrimiento. Era inevitable. Había creado una mentira. Una mentira que como un terrón de azúcar dentro de un vaso de café, pronto se desvanecería. Pero ya había sembrado la semilla y por supuesto, ya había germinado. No tenía cara para volver a arrancar de raíz todo. Me daba... pena. Vergüenza. Y más importante aún, no sabía como.

La vida da muchas vueltas, y de tantas vueltas acabé encontrándome con J una vez más. Fue reacia, y no la culpo. Es obvio. Un mecanismo de defensa tan bueno como cualquier otro. Fue incómodo. Ella no entendía y creo que yo menos. Todos esos sentimientos de abril volvieron y me revolcaron como revuelca una ola a un niño en la orilla de la playa.

En el fondo siempre supe que pasaría, por eso la evitaba. Por eso volteaba la mirada cada vez que estaba presente o, no pasaba más de un "hola" y un distante beso en la mejilla. Me alejé por que sabía que querría envolverme en sus abrazos de nuevo. Apreciar su aroma a tan solo un beso de distancia. Sentir su calor unirse al mío. 
Y así fue.
Era calurosa la tarde. No había luz. Estaba recostado de la pared con la espalda desnuda, y me echaba aire con mi propia sábana. Ella me abrió la puerta.
¿Quieres seguir siendo mi novio? -preguntó.
Ya conocen mi respuesta. Intenté quedar "bien" por caballerosidad, pero la caballerosidad ya la había perdido hacía mucho tiempo. No nos vimos por un tiempo. Ésto me ayudó a alejarme de la espada y separarme de la pared. Tan pronto lo vi conveniente, le conté todo a J. La confusión conquistó su rostro. Ella me contó todo a mi. La decepción conquistó el mío. La había lastimado mucho más de lo que nunca imaginaría.

El ahora.
He estado pensando  últimamente en ella, en la chica de rojo.

¿Nunca han querido ver sufrir a alguien? Quiero, es más, me gusta pensar que se está desangrando aún. Que aún no muere. Que sigue en ese limbo donde te aferras con todo a la vida o te dejas llevar por la muerte. Por alguna razón me gustaría ver sus lágrimas resbalarse por sus mejillas una y otra vez.

Nunca habría querido algo así. No tenía razón. Pero la señorita S, me la ha dado. Ella plantó esa semilla en mí. Su nueva amiga. Su “protectora”. S, la salvadora de los menos favorecidos. Su hipócrita influencia sobre mis círculos hace que odie a la chica de rojo. ¿Por qué, Maurizio? ¿Por qué no odiar a S, en cambio? Porque ella es solo una herramienta.

Pero tú, tú eres quien la empuña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario